La victoria de España en la Eurocopa (Mundial) reconcilió a muchos con el buen futbol y con los sentimientos de autoestima y de exaltación de la identidad. De la identidad española, naturalmente.
Viví la victoria en Badajoz, donde me encontraba por razones profesionales, y noté la espontaneidad y el júbilo popular por el triunfo. Algunos compañeros llegaron a sugerir pasar a Portugal (que estaba a tres kilometros) para asegurarnos que podíamos cenar tras el partido, cosa que finalmente no hizo falta.
De hecho, en estos días, todos los excesos parecían permitidos. Incluso enarbolar banderas, proferir gritos que, a los que tenemos una cierta edad, parecían trasladarnos a otros tiempos, más aciagos con la democracia. Me cuentan que, a diferencia de Badajoz, en Girona la fiesta se la cocinaron fundamentalmente unas cuantas docenas de jóvenes de la, normalmente, invisible extrema derecha local.
No es baladí este contraste de celebraciones. El 29 de junio (por cierto, aniversario del Decreto de nueva Planta por el que los valencianos perdimos nuestra identidad política en 1707), se consumaba un festín mediático de autoinformación nacional -aliñado con sabrosos adimentos de negocio puro y duro por parte del grupo que había conseguido la exclusiva de transmisión televisiva-, con cita en el lugar idóneo, la plaza de Colón madrileña. La de Rouco y García-Gascó, la de la bandera más grande, la de las manifestaciones políticamente histriónicas, la de la España uniformizada a la madrileña ...
Aún resuenan aquellos sombríos juicios sobre nacionalismos identitarios, aldeanos y excluyentes que columnistas de derechas e izquierdas, madrileños o madrileñizados, discurseaban por doquier, cuando se trataba de desacreditar las reivindicaciones culturales, lingüísticas o nacionales de la periferia. Lo más aleccionador es que los mismos que discurseaban estas cosas, ahora adoraban la iconografia identitaria española, sin ruborizarse. Por lo que se ve, no todos los sentimientos identitarios son Intrínsicamente malos.
¿Qué pueden hacer los que no se sienten madrileños o madrileñizados, es decir, los españoles que no sienten la identidad buena como propia? Por ejemplo, los que se sienten valencianos. ¿Pueden reivindicar una selección nacional propia y montar el sarao que se ha montado con la Roja?
Es verdad que frente al choque de identidades ha aparecido tenuemente la sonrisa de la España de Cesc, Xavi, Xabi o Andreu Palop (el portero valenciano del Sevilla que habla valenciano siempre que puede). Una España plural que se resiste a la uniformación y a que dependamos inexorablemente de Raúl o de(l) Madrid.
Porque "Juntos, podemos", pero, ¿cómo estamos juntos? Porque, si en Badajoz -como en Madrid- se viven espontáneamente determinadas sensaciones identitarias, en otros lugares, como Girona, Valencia, Menorca, Santiago o Bilbao, el asunto es más complejo. En esto no hay trágalas que valgan. O estamos cómodos todos o el proyecto común se deteriora. ¿Son conscientes de esto los doctrinarios de la españolidad?
Catedrático de Economía Aplicada. Universidad de Valencia.
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