miércoles, 28 de septiembre de 2016

Elecciones en EEUU, detonante de la fase final de la crisis económica y financiera estadounidense

Las elecciones en EE.UU. revelan el estado del país

A pesar de la pobre calidad del debate estadounidense, la campaña presidencial permite un cierto “momento de verdad”, una libertad la expresión, ligado a la segregación de la sociedad (incluido el propio establishment) en dos bandos. Pero en el caso de la actual campaña ultrapolarizada, la fisura habitual entre Demócratas y Republicanos se ha convertido en un verdadero abismo, del que salen imágenes inesperadas del estado del país.

Es por ello que repentinamente, abundan los artículos alarmistas sobre la economía estadounidense. Aparte de la competencia política que acabamos de ver, está también el hecho de que la comunicación al respecto se tambalea. Un ejemplo son los anuncios de la Fed: a Yellen cada vez le cuesta orientar a los mercados con sus declaraciones, tranquilizadoras pero no demasiado, y sus aumentos de los tipos, próximos pero lejanos y que no  llegan nunca (volveremos sobre este punto más adelante).

Con las elecciones aproximándose, resulta imposible ocultar los problemas que antes se escondían tras las buenas noticias y las noticias del extranjero, pues las elecciones obligan al país a hablar de sí mismo y a mirar hacia sus propios problemas. Curiosamente, las estadísticas mensuales de empleo han comenzado a caer precisamente ahora , con mayo como el peor mes para la creación de empleo desde 2010 (mientras marzo y abril han registrado una fuerte bajada), provocando un cierto pánico, justo antes de una reunión de la Fed en la que tenían previsto aumentar el tipo de referencia , algo para lo que ya tienen excusa.

El mundo de las finanzas comienza a mostrar su inquietud abiertamente…Más de 10 billones de dólares de obligaciones soberanas presentan ahora tipos negativos, muy próximos al PIB de la zona euro. Pero la motivación de un inversor que compra una obligación a tipos negativos no es perder dinero, sino esperar a que los tipos bajen lo suficiente como para poder generar una plusvalía, al revender la obligación a un precio mayor (ya que se hará más interesante en un contexto en el que los tipos sean más bajos). Esta espiral, o quizás el miedo a que la obligación se estanque cuando los precios remonten, angustia sobremanera a Bill Gross, entre otros, quien advierte del peligro de la explosión, ni más ni menos, que de una “supernova”.

Por su parte, George Soros apuesta por la caída inminente de los mercados, vendiendo sus acciones para comprar oro. Goldman Sachs también prevé una fuerte caída de los mercados en los próximos doce meses, es decir, en torno a las elecciones estadounidenses. De acuerdo con el banco, los mercados están a punto de entrar en modo “desesperación” , en una configuración que recuerda mucho a la de 2007.

Por otra parte, se multiplican los artículos, publicados en medios de comunicación convencionales, que alertan sobre el parecido de los excesos actuales con los de 2007: los mercados de obligaciones nunca han estado tan valorados, reportando tan poco; los mercados financieros están levitando, más incluso que en los años 2000 y 2007; el temido impacto del brexit hace que la cotización de la libra esterlina sea tan volátil como en 2008; volvemos a escuchar hablar de los créditos subprime en EE.UU., esta vez en el sector del automóvil, que está pasando por un momento difícil, o de los créditos de mala calidad, que representan el 20% del total y están viendo cómo su tipo por defecto aumenta peligrosamente.

Llueven las alertas sobre el estado de la economía, quizás con la esperanza de prevenir la repetición de la tragedia de 2008 (que apenas nadie anticipó), logrando que los agentes económicos mundiales contribuyan a evitar un cataclismo que afectaría a todo el mundo, al igual que lo hizo en aquel momento. Pero esta vez, EE.UU. tiene delante a agentes mucho más independientes, decididamente menos preocupados por su destino y mucho más centrados en sus propios problemas: China, con tranquilidad y firmeza, sienta las bases de un mundo nuevo (hablaremos de esto más adelante); Rusia sigue su camino, sin preocuparse ya de complacer a Occidente para mantenerse a flote; los productores de petróleo estadounidenses parecen haberse rendido frente a la guerra de precios librada por la OPEP , mientras las quiebras se multiplican, etc.

En resumen, parece que no queda mucho para que se produzca un drástico debacle de la economía estadounidense, en un remake hollywoodiense de 2008. Hay que aclarar que, aparte de los financieros, los prospectos para la economía real también pintan muy negro en EE.UU.: el endeudamiento (público y privado) cada vez es más preocupante (las familias están igual de endeudadas que en 2008); la tasa de empleo, después de tres alentadores meses, vuelve a bajar (menos del 63% de participación en el mercado laboral, en comparación con el 67% en el año 2000); los cupones de alimentos están en su máximo histórico, con 45 millones de personas afectadas; el sector petrolífero ya no puede soportar más los bajos precios del petróleo, mientras este tampoco puede contribuir a mejorar la economía del país; continúa el descenso general en la escala social, etc.

Evidentemente, podríamos continuar plasmando el retrato de una sociedad en la que el paro, la pobreza, las quiebras y los problemas sociales son cada vez más significativos. Todo ello no tiene nada de nuevo. Lo que sí constituye una novedad, es que todos estos elementos surgen repentinamente en los medios de comunicación, a causa de todos los intereses contrarios que luchan por las elecciones de noviembre. Es este momento de gran exposición, en el que la mecha corre el riesgo de prenderse, provocando la brusca caída de la economía que ya anticipamos en enero.

En cierto modo, la ocultación de las malas noticias y la revelación pública de que no se ha solucionado ningún problema en los últimos diez años, debe estar forjando en numerosos agentes un profundo sentimiento de desánimo y, por otra parte, la tentación de pasar la patata caliente a Trump, debe estar aumentando entre las filas de la política convencional... (extracto, GEAB No 106)

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