Hasta la ‘médula’, o el ‘mal de las vacas locas’. Porque parece que este mal afecta al sistema nervioso e inmunológico del mayor partido de la oposición/gobierno, según se vea desde Madrid, o desde Valencia. Porque ya se sabe, que todo es o no, según del cristal con que se mire.
El calidoscopio político, ofrece multitud de reflejos (condicionados), y espasmódicamente, se manifiesta entre su tribu o rebaño, retortijándose sobre sus miserias, para no mirar su ombligo, infectado de orgullo, hipocresía, soberbia, y altanería; sin querer someterse ni al bisturí del cirujano anti-corrupción, ni al médico-sanador de la evidencia. Así que por lo que se ve, después de confundir la actitud del general Custer, con valentía, han decidido el suicidio del valor mal entendido, muriendo matando, con las botas puestas, pero con sus espuelas manchadas de sospechas e insidia, hiriendo el buen entender de un pueblo que algún día les votó, o no, pero que en todos los casos, merecen el mayor de los respetos.
Es el pueblo soberano. Ese que hoy te da, y mañana, te quita. Nada es para siempre, y todos los días se lo han de ganar. Aunque sea cada cuatro años, el pueblo no olvida, ni perdona.
“Alia jacta est”. Son las cinco y media de la tarde, en el albero de la plaza, y el toro sale del burladero, dirigiendo sus afilados cuernos hacia el antes ‘respetable’, la autoridad del territorio, y apunto está de embestir inmisericorde contra quien se burló, -tres veces, tres, me negaste,…- del entendimiento del pueblo soberano.
El calidoscopio político, ofrece multitud de reflejos (condicionados), y espasmódicamente, se manifiesta entre su tribu o rebaño, retortijándose sobre sus miserias, para no mirar su ombligo, infectado de orgullo, hipocresía, soberbia, y altanería; sin querer someterse ni al bisturí del cirujano anti-corrupción, ni al médico-sanador de la evidencia. Así que por lo que se ve, después de confundir la actitud del general Custer, con valentía, han decidido el suicidio del valor mal entendido, muriendo matando, con las botas puestas, pero con sus espuelas manchadas de sospechas e insidia, hiriendo el buen entender de un pueblo que algún día les votó, o no, pero que en todos los casos, merecen el mayor de los respetos.
Es el pueblo soberano. Ese que hoy te da, y mañana, te quita. Nada es para siempre, y todos los días se lo han de ganar. Aunque sea cada cuatro años, el pueblo no olvida, ni perdona.
“Alia jacta est”. Son las cinco y media de la tarde, en el albero de la plaza, y el toro sale del burladero, dirigiendo sus afilados cuernos hacia el antes ‘respetable’, la autoridad del territorio, y apunto está de embestir inmisericorde contra quien se burló, -tres veces, tres, me negaste,…- del entendimiento del pueblo soberano.
Max
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