Ha aparecido o no ha aparecido un nuevo modelo de hombre? Ha aparecido, está en Valencia y se llama Francisco Camps. Él (junto a El Bigotes) es el que esperábamos y está aquí entre nosotros, señalándonos el camino, demostrándonos que se puede ser tierno sin dejar de ser hombre. El diálogo entre El Bigotes y Camps marca un punto de inflexión en la historia del machismo, quizá señala su final. «Amiguito del alma», llama el presidente de la Comunidad Valenciana a El Bigotes. Amiguito del alma, no me canso de repetirlo. ¿Cuándo un tío se ha atrevido a llamar así a otro tío? Nunca, como si los hombres no tuviéramos amiguitos del alma, como si careciéramos de sentimientos o no nos atreviéramos a mostrarlos. ¿Y qué le dice el otro? «Que te sigo queriendo mucho». Dos hombres hechos y derechos intercambiándose ternuras que ayer mismo nos habrían parecido cosa de nenazas.
¿Es una revolución o no es una revolución? Y yo también te quiero, responde Camps con una pasión inconcebible, para añadir: «Tenía que haberte llamado, te quería haber llamado para contarte todo, cómo fue, para hablar de lo nuestro, para decirte que tienes un amigo maravilloso, Romero, y que el otro es un tipo excepcional…». Es decir, que hablan de terceras personas, también hombres, con los que se reúnen para intercambiar confidencias, intimidades (cositas, cabría decir para no romper el encanto) sin miedo al qué dirán. Está bien que nos quejemos de las muestras de machismo, que todavía se dan y en mayor número del deseable, pero también deberíamos alegrarnos públicamente de estos otros gestos que inauguran una sensibilidad diferente.
El hecho de que la conversación se produzca entre un político sobre el que pesan gravísimas imputaciones y un supuesto gángster, lejos de quitarle valor, lo aumenta. Es precisamente en los bajos fondos de la sociedad donde más muestras de sexismo se dan y donde, por tanto, más necesario resulta también el cambio. No tenemos, pues, más que motivos de alegría y de reconocimiento para estos dos hombretones que nos han dado una lección de sensibilidad, de ternura, de sentimentalismo, que pasará a la historia de la relación entre los tíos. Gracias.
¿Es una revolución o no es una revolución? Y yo también te quiero, responde Camps con una pasión inconcebible, para añadir: «Tenía que haberte llamado, te quería haber llamado para contarte todo, cómo fue, para hablar de lo nuestro, para decirte que tienes un amigo maravilloso, Romero, y que el otro es un tipo excepcional…». Es decir, que hablan de terceras personas, también hombres, con los que se reúnen para intercambiar confidencias, intimidades (cositas, cabría decir para no romper el encanto) sin miedo al qué dirán. Está bien que nos quejemos de las muestras de machismo, que todavía se dan y en mayor número del deseable, pero también deberíamos alegrarnos públicamente de estos otros gestos que inauguran una sensibilidad diferente.
El hecho de que la conversación se produzca entre un político sobre el que pesan gravísimas imputaciones y un supuesto gángster, lejos de quitarle valor, lo aumenta. Es precisamente en los bajos fondos de la sociedad donde más muestras de sexismo se dan y donde, por tanto, más necesario resulta también el cambio. No tenemos, pues, más que motivos de alegría y de reconocimiento para estos dos hombretones que nos han dado una lección de sensibilidad, de ternura, de sentimentalismo, que pasará a la historia de la relación entre los tíos. Gracias.
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